Sucedió hace más de cuarenta años en
un pueblo del sur de Tenerife. Entonces se celebraban los Carnavales de
mascaritas. Esta circunstancia solía dar lugar a muchas confusiones, algunas
graciosas y otras, comprometidas.
Un joven de la comarca se disfrazó
de mujer: la cara cubierta con máscara, en las manos guantes, en los pies
medias y zapatos de su madre; todo ello para no ser reconocido y ocasionar el
despiste. Esa tarde se introdujo en el salón donde se realizaban los bailes y
se puso a observar a los hombres que no llevaban disfraz. De entre ellos,
eligió como pareja de baile a un muchacho que se las daba de seductor de
muchachas casaderas o en edad de merecer –tenía la fea costumbre de ir
comentando “sus conquistas” a quienes estuvieran dispuestos a escucharle –.
Durante toda la tarde bailaron juntos;
por supuesto, la mascarita se hizo pasar por una chica joven con ganas de
aventura, así que, citó al seductor para verse esa noche en un lugar poco recomendable.
El encuentro se realizó en el sitio acordado, el disfrazado había pactado quitarse
la máscara en aquel lugar pero, muy ingenioso, antes de cumplir lo convenido,
supo ilusionar al Casanova. Cuando más convencido estaba el chico de
encontrarse entre los brazos de una mujer, salieron de detrás de unos
matorrales los amigos del enmascarado riendo a carcajadas, burlándose de él y
dejándole en ridículo. La mascarita no llegó a quitarse el antifaz, así que el
afrentado no supo quién le había engañado.
Buena anécdota, muy bien contada. Merecido se lo tenía.
ResponderEliminarUn escarmiento a tiempo, vale la pena.
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