¡¡Plash!!, escuché, en el mismo
instante en que me di el fuerte taponazo en el codo, recibí el enérgico
calambrazo que me dejó viendo las estrellas, semejantes a las dibujadas en los
comics; refulgentes y de diversos tamaños y colores. Me puse hielo en la zona
para evitar la inflamación y el moretón. El dolor permaneció un buen rato,
mientras las estrellas iban disminuyendo en intensidad y centelleo –cada vez
eran menos –. Poco a poco la dolencia se fue quedando en una molestia
soportable.
Cuando conseguí llegar a mi destino,
me sentí ¡en la gloria! Hacía tiempo que no visitaba aquel lugar increíble. La
oscuridad de la noche le aportaba misterio, hechizo y sosiego; esa calma que mi
espíritu necesitaba en aquellos momentos. En ese lugar extraordinario, me
encontré con un grupo de personas estupendas que ya conocía. Sacamos los sacos
de dormir situándolos en la impresionante llanura del valle, tendidos sobre
ellos, pudimos contemplar la bóveda celeste, esa noche, plagada de brillantes
estrellas fue una noche inolvidable.
Ver las estrellas en sentido figurado y literal, juntas en el mismo contexto; de la mano en el mismo relato. Buen trabajo.
ResponderEliminarSoy realista y soñadora, una mezcla poco habitual, Las estrellas las veo cuando le conviene a mi espíritu porque en la realidad, con el cielo contaminado pocas puedo veces puedo avistarías,.
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