Cuando una señora del
pueblo empezaba a contarnos la historia de cuando ella era jovencita, siempre
lo hacía hablando de un tío suyo. Él
regresó un día de Puerto Rico, allá por los años quince del siglo pasado, y lo
hizo con un hijo que había tenido con una señora de esa isla. A sus padres no les gustó nada y el tío, al
verse repudiado por haber tenido un hijo sin casarse, se fue de la casa de su
madre, a vivir solo con su niño.
Su sobrina, que le
tenía un cariño especial, siempre iba a su casa para ayudarle con el cuidado
del niño, a escondidas de su abuela.
En Canarias, allá por
los años veinte, hubo una epidemia de la gripe en la que murió mucha
gente. El niño también falleció y su
padre se quedó solo y triste. La sobrina
siguió acompañándole siempre, y cuando ella se casó, se mudó junto a su esposo
a la casa de su tío para seguir cuidando de él y darle compañía, porque ¡se
había quedado tan solo!.
Pasó el tiempo y la
chica y su esposo ya tenían tres niños cuando él falleció. Él tío tenía dinero y bastantes
propiedades. Cuando la familia se enteró
que había muerto, todos fueron para repartir la herencia, pero… el señor, sin
decírselo a nadie, hacía tiempo que había hecho testamento a favor de su
sobrina, que era quien de verdad le quería.
Cuando el resto de
sobrinos vio que no les dejó nada a ellos, se fueron enfadados: no lo cuidaron
nunca pero si querían heredar.
Esta es una historia
verdadera, de las que ocurren con mucha frecuencia.
Verdadera es la historia, como auténtica es la atmósfera que se respira en el relato. Muy bien, Luisa.
ResponderEliminarLa buena acción de esa muchacha al final fue recompensada. Una bonita historia que puede servir de ejemplo.
ResponderEliminar