Irene pensaba que
Ildegarda era su mejor amiga. Hasta el momento, siempre le había dado pruebas
de ello. Desde pequeñas iban juntas a todas partes. Según fueron creciendo,
compartieron sueños, confidencias, lo sabían todo la una de la otra. Irene no
podía pasar ni un solo día sin hablar con Ildegarda, era devoción lo que sentía
por ella. Pasaron los años, llegando a ser dos adolescentes muy guapas. Con
ello llegaron los primeros amores, desamores, todo en buena armonía. Al llegar
a los 18 años, cada una de ellas escogió una carrera diferente. Pese a ello, se
seguían viendo todos los días.
Al paso de los meses,
cada una empezó a salir con dos chicos
guapísimos.
Mientras que Irene
seguía comunicándose con Ildegarda, ésta cada día se alejaba más de ella. Irene se preguntaba qué sería lo que
estaba pasando, hasta que, un día, el novio le dijo que siempre que veía a Ildegarda, tenía algo que decirle en contra de Irene.
Ésta se disgustó muchísimo y se fue a hablar con ella, pero ella no quiso ni
contestarle. A partir de ese día, con gran disgusto, Irene tuvo que admitir que
había sido engañada por la que creía era su amiga incondicional.
Consolándose, se decía
a sí misma que más vale tarde que nunca para darse cuenta de lo que hay detrás
de la puerta y el saber que el andar de la perrita no estaba claro.
La incógnita que nos daba el título queda resuelta en el desenlace. La que fue buena, dejó de serlo, al menos para Irene, quien se venga en el relato porque… “el andar de la perrita no estaba claro”. Aunque hemos de reconocer que con ese nombre es muy difícil ser buena, y que me perdonen las Ildegardas.
ResponderEliminarUn relato que nos mantiene interesadas hasta el final. Muy bueno, como todos los tuyos.
ResponderEliminarEl desengaño de las amigas duele mucho en el ego. Mª Dolores.
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