En mi pasado, por el
que me paseo de vez en cuando, hoy dirijo mis pasos hacia aquella época en los
que rondaría los tres añitos.
Vivía como una niña
normal de mi edad, feliz e indiferente a los avatares de la vida, hasta el
trágico día en que mi madre cayó enferma de tifus y tuvo que ser trasladada
desde nuestro pintoresco pueblo sureño a la capital.
Aún recuerdo las caras
de preocupación de mi padre y abuelos, que llorando, despedían a mi madre, ya
muy malita; la vida en casa cambió, y mi abuela que me dedicaba mucho tiempo,
dejó de hacerlo, al tener que ocuparse sola de todas las labores.
Por eso, quiero en
estas líneas, agradecer a nuestra vecina, María Gilberto, todo el cariño con el
que me mimó en esos meses tan malos.
Me llevaba para su
casa, a jugar son su hija y allí me aseaba y peinaba con esmero, dándome de
comer todo lo que podía. Los días, gracias a ella y a las pocas veces que podía
oír la voz de mi madre, por la centralita del pueblo, eran los momentos más
felices que recuerdo de esos días, hasta su recuperación y posterior regreso a
casa, gracias a Dios.
Volver al pasado para recordar tiempos difíciles superados, para quedarse sólo con lo bueno y agradecer a esos ángeles que uno se encuentra por la vida. Muy emotivo.
ResponderEliminarSepararse de una madre siempre es triste, pero para una criatura de tres años, tiene que ser algo horrible, que el paso de los años no puede olvidar.Por eso te sigues emocionando al recordarlo y esa emoción nos la has trasmitido a todas.F
ResponderEliminarFelicidades y un abrazo.
ResponderEliminarEste relato es conmovedor por tratarse de una niña y una madre obligadas a separarse por culpa de una cruel enfermedad que, gracias de Dios,todo terminó con un final feliz.
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