Eran dos hermanas de
padre y, como siempre, la mayor era la huérfana; por eso era tratada como la cenicienta pues no la
querían. Cuando el padre de las chicas se estaba muriendo, repetía a la familia que, a su muerte, le dieran a la
hija mayor una acción de agua. Todos se
hacían los sordos, preguntando: ¿qué dice, qué dice?, a lo que, la menor, se
apresuraba a contestar: dijo que le rezaran una oración. Cuando el pobre hombre falleció, la hija
mayor no recibió nada; la hermana menor y la madre de ésta se quedaron con todo.
La casa donde vivían no disponía de pozo
séptico, así que usaron el aljibe para tal fin.
Un día la hermana menor se fue al patio a coger sol, después de
bañarse. El piso del aljibe se había deteriorado con el paso del tiempo y, en
aquel momento, cedió y se llevó tras él a la chica que se hundió en la inmundicia. La encontraron al día
siguiente. Seguro que le daría tiempo de ponerse a bien con Dios.
Esta parece ser la historia de una venganza; aquello de que si haces mal a propósito, de alguna manera vuelve a ti en un efecto bumerang. Si ya resultaba sobrecogedor el relato, el efecto fue mayor al saber que fue verídico
ResponderEliminarEl tiempo pone cada cosa en su lugar. Esto parece ser, lo que le ocurrió a la hermana menos buena.
ResponderEliminarEl tiempo siempre pone cada cosa en su lugar. Al parecer, esto le sucedió a la hermana egoísta.¿Qué pasó con la madre?
ResponderEliminarNo me gustan los hermanos que no se quieren. Mary tiene razón, no has comentado nada de su madre.
ResponderEliminarSeguro que no le gustaría que se odiaran las hermanas. Mª Dolores.