Había una vez, una
alondra de bello plumaje diferente a todas las demás, pues ésta era blanca con
la toquilla castaña de grandes ojos grises, esbelta y con garbo, cuando ella
pasaba batiendo sus alas, todo el mundo se quedaba fascinado, unos la admiraban
y se conformaban con mirarla; pero otros la envidiaban y querían cazarla,
porque pretendían que solo los mirara a ellos nada más. No sabían que la
alondra solamente deseaba volar en libertad, no quería ser cazada, ella era
feliz viendo el mundo desde su estatura peculiar. Ella siempre estaba dispuesta
a ayudar a las otras alondras cuando lo
necesitaban; las ayudaba a cargar los enseres para hacer nidos, a cuidar de sus
crias, hasta les llevaba comida para que no dejaran solos a sus pichones.
Era igual de guapa que
buena, pero los cazadores no miraban eso; ellos anhelaban abatirla para ponerla
como trofeo en sus casas. Hacían apuestas a ver cuál era el que se llevaba tan
bello ejemplar. La alondra sabía que esto ocurría, pues muchas veces oía sonar
los tiros y las flechas cerca de ella, la pasaban rozando muchas veces, pero
siempre conseguía evadirlas, hasta que un día, que estaba distraída porque
estaba muy preocupada por lo que le estaba pasando a una amiga, se distrajo y
la hirieron en un ala, cayó al suelo, y la cogieron, se apiadaron de ella y la
curaron, pero no la dejaban salir de aquella jaula, en la que estaba recluida.
Cuando un día consiguió escapar porque una
niña le abrió la puerta, se fue volando
muy lejos, huyendo de aquella gente que la trataba tan mal. Pero mi querida alondra ya no era la misma,
tanto tiempo encerrada había minado su salud, y aunque trató de seguir
adelante, la batalla la venció y un día se fue volando muy lejos, y nunca más
se la vio.
Después de mucho tiempo, el cazador que la
hirió lloraba de arrepentimiento pero de nada valió; la alondra blanca no
volvió, aunque sigue estando en la memoria de todo aquel que la amó.
Al leer tu relato, me parece adivinar en él dos lecturas: la estrictamente literal, tal cual se nos cuenta, y otra soterrada tras la apariencia de una parábola que le otorga a la historia un peso y una dimensión distintas. Esta dualidad enriquece el escrito, sin duda.
ResponderEliminarLas lagrimas no valen. Hay que pensar antes de disparar
ResponderEliminarAdmiración y envidia, sentimientos encontrados en esta narración que da mucho que pensar.
ResponderEliminarLa envidia es muy mala y por lo que sr puede ver aniquila almas me gusta tu cuento misterioso
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