A finales del siglo diecinueve y a principios del veinte, el
derecho a pernada era consentido, sobre todo en las zonas rurales, donde el
terrateniente de turno era el dueño del pueblo donde convivían el amo, en una
casona, y los siervos, en unas cuevas o chamizos.
El matrimonio de Manuel y Prudencia vivía en una cueva con
sus siete hijos. María, la mayor con
dieciséis años, era lozana como una flor en primavera y el amo, que ya le había
echado el ojo, un día mandó a llamar a Manuel.
Cuando lo tuve enfrente, le ordenó que al anochecer, mandara a María al cuarto
de aperos. El pobre hombre bajó la
cabeza y hundió los hombros y así caminó hasta su casa. Al llegar, llamó a su mujer y a María y les
contó la orden del amo.
-Lo siento, hija. Si
no lo haces, nos echa y moriremos todos de hambre.
La niña comprendió; agachó la cabeza y salió afuera, mientras
la madre lloraba con amargura.
María emprendió el camino, al encuentro del amo. Entró en el cuarto y se sentó sobre un saco
de millo. Pronto se oyó el trote de un
caballo. Se abrió la puerta con fuerza y,
algo más tarde, tras un portazo, salió don Elicio, ese era su nombre, que se
alejó del lugar a todo galope. Al rato,
salió María con lágrimas de dolor y, arrastrando los pies, llegó a su
casa. Su madre la abrazó con cariño y,
sin mediar palabra, la joven se fue a su catre.
A la mañana siguiente, la madre salió camino de la iglesia del
pueblo, para hablar con el señor cura.
Le contó lo ocurrido, rogándole que saque a María de allí, pues no
aguantaría otra vez. El cura se indignó
y le indicó que preparara a la niña, que al amanecer la llevaría a servir La
Laguna, a una casa cristiana. Así fue.
María salió de su casa con un hatillo de ropa, una pelota de gofio y un puñado
de higos pasados.
Pasó el tiempo y la barriga creció. Cuando llegó el día y dio a luz, el señor de
la casa donde servía le dijo que había tenido un niño muerto. El amo la consoló, pero sus ojos eran todo
pena y resignación.
Continuará…
Antigua costumbre feudal que, con otras tintas y diferentes matices, pero siempre en el terreno del abuso y la servidumbre sexual, tal vez, se siga practicando en pleno Siglo XXI.
ResponderEliminarEstoy deseando conocer el desenlace de esta historia, Candelaria.
Interesante narración que vivió muchos años entre los terratenientes. Cuenta como terminó, estamos en ascuas.
ResponderEliminarEs muy triste tu narración.He entendido después de leerla varias veces, que el hombre abusó de la chica.Pienso
ResponderEliminarque a la chica, la engañaron, quitándole el bebé. ¿Es así?. Mª Dolores.
Admiro la memoria que tienes para recordar tantas historias y la naturalidad con que las narras. Te felicito y como todas te animo a que escribas la segunda parte que estoy segura será tan interesante como esta.
ResponderEliminarS.O.S.
ResponderEliminarNo has contestado mi mensaje. ¿Es qué no sabes el final?.