Estaba en mi balcón cogiendo
fresco y ví como, en la plaza, había unos niños jugando, al cuidado de sus
madres. Me pongo a escucharlos:
-Rosi, deja la pelota,
eso es juego de niños, Rosi, corre despacio pareces un niño.
Poco a poco, aquel
guineo me fue transportando a mi ayer, cuando la jerga familiar me llovía a mí.
-Los zapatos tienen
que estar muy limpios, las uñas cortas y limpias, no se dicen mentiras, hay que
respetar a los mayores.
Así fui creciendo, con esas jergas diarias y
según yo crecía, ellas crecían conmigo.
-La ropa blanca se
lava sola, cuida mucho el orden al poner la mesa, siéntate recta, no hagas
ruido al caminar, los rincones de la casa tienen que estar muy limpios, la ropa
ordenada…
Pasó el tiempo y me
surgió, por circunstancias, apuntarme a un curso de protocolo. A los quince minutos de estar oyendo al profesor, me tuve que
levantar e irme; no soportaba la fatiga que me estaba dando aquella jerga
protocolar.
Hay que ver lo que
hace la constancia en el subconsciente porque esa misma jerga de familia es la
que yo les enseñé a mis hijos.
Sí, tienes razón, Carmen. Parece que la lista de arengas, lecciones y retahílas se heredan como el color de ojos o el carácter, y uno se descubre, de pronto, repitiendo la misma letanía que odió cuando era niña.
ResponderEliminarA todas nos ocurre lo mismo; la repetición de los hechos. ¿vaya por Dios! tenemos que cambiar y ser más originales.
ResponderEliminarSi a ti te ayudaron a ser más persona, también a tus hijos les servirán y cuando ellos se las repitan a tus nietos te van a tener a ti en su pensamiento. Nada es perdido en esta vida cuando se hace con buena intención. un abrazo.
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