La protagonista de
este relato se llama Soledad; una señora de mirada serena y refinados modales.
Ahora, en el apogeo de su madurez, reflexionando en la quietud de la tarde,
fluyen como una película, los pensamientos a su memoria: escucha las voces de sus mayores cuando le daban
consejos, según ellos, para convertirse en una mujercita de su casa. Retumban
en su mente tales cosas como: la ropa blanca, después de lavarla, hay que
ponerla al sol; transcurridas unas horas se vuelve a lavar, para acto seguido
secarla en el tendedero. Antes de plancharla, se rocía con agua fresca.
Soledad toma un
respiro, para volver a escuchar la voz de su madre aconsejándola seriamente, píntate
los labios, las uñas, resultarás más femenina, es tu obligación presumir.
Cuidado con los zapatos, debes calzarlos muy limpios. No llegues tarde a casa,
no es propio de una señorita.,
Aunque a Soledad no le
gusta remar hacia atrás, reconoce haber aprendido que los clichés y prejuicios
de su juventud, no resultaban penosos, sino más bien, una enseñanza, en
beneficio de su propio ego.
Esa es la perspectiva con nos otorga el tiempo; revivir las cosas con distancia hace, contradictoriamente, que veamos todo con claridad. De eso parece hablarnos tu relato de esta semana, Dolores
ResponderEliminarTodos aprendemos de lo que nos dicen o hacen; eso le ocurre a Soledad.
ResponderEliminarYo tembién aprendí de los consejos maternos. Dolores.
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