Aún lo recuerdo. Eso
estuvo allí desde aquel día en que mis padres se fueron a vivir a la casa de mi
abuela. Yo tenía tres años y los que fui cumpliendo a continuación, hasta los
nueve, fueron los años más felices de mi niñez, con esa edad nos fuimos a vivir
a Taco, y yo no me acostumbraba a estar sin mi abuela. Era tal el cariño que le
tenía que, un día, yo quería ir a Santa Cruz a verla pero tenía que coger la
guagua y costaba 1,30 pesetas y mi madre no me las podía dar porque …eran los
años cincuenta y no había mucho trabajo;
estábamos pasando la posguerra y había escasez de todo. Entonces, engañé
a mi madre diciéndole que tenía el dinero ahorrado para la guagua y me fui
caminando seis kilómetros hasta llegar a
mi destino, eso sí, con la lengua fuera. Cuando llegué, mi abuela me encontró
tan sofocada que me caló enseguida y me metió el dinero del regreso en el
bolsito y, abrazándome, me dijo que sea
la última vez que te arriesgas de
esta forma, este será nuestro secreto.
Hoy encuentro
respuesta al por qué quería estar siempre con ella; era la persona más
desinteresada, más comprensiva, y más de todos los más que se le puedan decir a
una abuela, la respuesta a “eso”… que yo sentía en esa casa se llama amor y
estuvo allí mientras ella vivió.
¡Qué eso tan hermoso, Elvira! Me gustó todo el relato pero, me quedo con el último párrafo porque lo resume, delicada y dulcemente
ResponderEliminar!Qué bonita historia!. Es estupendo tener recuerdos de abuelos. MªDolores.
ResponderEliminarLos abuelos son como unos segundos padres pero,más permisivos; eso es lo que nos encanta a los nietos.
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