Ayer cuando fui al banco, me encontré una fila de gente poco
usual –a lo que no estoy acostumbrada–.
La última era una señora de pelo totalmente blanco que, probablemente,
estaría entre los ochenta u ochenta y cinco años. Al verla apoyada en una columna, me dio pena. Ella debió notarlo pero equivocó el motivo de mi expresión, al pensar
que me estaba desconsolando de la columna, ya que en un tono muy amable me
indicó que si quería sentarme, allí había dos sillas libres. Yo, dándole las gracias, me quedé donde
estaba, al mismo tiempo que pensaba qué raro era que me las ofreciera a mí,
cuando ella seguía de pie. Debe tener
buenos sentimientos, pensé. Pero, cuando
la señora pasó al cajero y vi que se estaba más de veinte minutos, fue cuando
comprendí su buena intención: ella sabía que iba a tardar y quería que yo
esperara sentada.
Esta semana, que iba de cazar a un personaje, has vuelto con uno sustancioso. La anécdota tiene su gracia y yo, como lectora, he de confesarte que me sigo haciendo preguntas sobre la buena señora. Tal vez tenga más relatos escondidos por allí.
ResponderEliminarUna anecdota muy buena; además de tener chispa y gracia, tiene unas intenciones que pueden ser mejorables.
ResponderEliminarQue personaje cazaste, siempre existen personas que se creen más listos que los demás. Me ha gustado.
ResponderEliminarMªDolores.