Ayer lo
vi. No era un hombre especialmente
apuesto; sin embargo, algo en él llamó mi atención. Lo observé con detenimiento, intentando pasar
desapercibida. Era un hombre alto, de
fuerte contextura, cabello negro, piel blanco –si bien curtida por el sol– y
unos ojos marrones tremendamente expresivos.
Fueron esos ojos los que, al cruzar una mirada por un breve instante con
los míos, me desvelaron su secreto.
Pasó junto a
mí. Su forma pausada y lánguida de
empujar el carro de la compra hacía más patente su apatía. Observé su contenido y éste me confirmó la
inmensa soledad de ese taciturno ser.
Pude adivinar que nadie le esperaría en casa; no habrían risas
infantiles para recibirlo, ni un apasionado beso de bienvenida después de un
arduo día de trabajo –lo que, por su indumentaria, intuí duros y afanosos –. Seguramente, sus pensamientos inmersos en esa
aflicción, le otorgaban aquella expresión derrotista a su rostro, pensé.
Al cabo de
un instante, lo vi alejarse con el mismo abatimiento que mostró todo el tiempo
que lo había estado observando y con la única compañía de unas bolsas repletas
de soledad en las manos.
Me gusta el lenguaje descriptivo de este relato y, sobre todo, la potente imagen del final: bolsas repletas de soledad en las manos.
ResponderEliminarEs un relato lleno de matices con un amplio vocabulario. Me ha encantado
ResponderEliminarCreo que todo el mundo en algún momento, sentimos la soledad. !Qué bonita narración!. Mª Dolores.
ResponderEliminarMe gusto mucho tu relato. Si aprendemos a observar en vez de mirar... tal vez seamos más conscientes de quien nos rodea a diario. Sandra Mai��
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