Érase que se
era –no hace mucho tiempo de ello –una linda y dulce princesita, nacida en la
luminosa estación de las flores. Fue
adorada por sus padres y admirada por familiares, amigos y habitantes del
principado. La preciosa niña creció
feliz; siempre estaba alegre y transmitía su dicha a los demás. Le gustaba dibujar, leer, escribir, jugar y
hacer alguna que otra travesura, pero sobre todo, le encantaba estar con la abuela. De ella aprendía mucho, escuchaba atentamente todo lo que le relataba
y…como era muy curiosa, siempre le preguntaba cosas; todo lo que le parecía
atractivo lo iba atesorando en su mente y en su corazón.
Cierto día, los padres de la bella niña le informaron que
pronto habrían de alzar vuelo hacia un lejano país –sería sólo por un tiempo–.
Allí tendrían más oportunidades que en su territorio. Así que marcharon todos gozosos y,
efectivamente, ocurrió lo que los progenitores vaticinaron. En aquel lugar se hizo mayor, se formó como
persona, estudió, conoció el amor, se casó, tuvo hijos y…¡fue muy feliz!.
Años más tarde, la princesita tornó a sus lares. Sigue siendo tan dulce, tierna y generosa
como en la infancia; continúa siendo querida, respetada y admirada por todos
los que la conocen.
Y colorín encarnado, ¡este cuento no ha terminado!, ¿qué por
qué?, pues… porque puede ser ampliado en cualquier momento.
Este fue el regalo de mi amiga secreta; ya visible. Gracias Mary, he de decirte que, leído ahora con calma y en soledad, me ha gustado verme dibujada como la princesa del cuento de mi vida; generosamente relatado por tu parte. Lo recibo con cariño e ilusión. Ah! y me ha encantado que hayas sido tú mi amiga invisible. ¡¡Gracias!!
ResponderEliminarQuerida princesa: Te conocí siendo adulta tú, yo, en la tercera edad. Me has guiado en estos inicios de escribir relatos cortos con sabiduría y ternura y te estoy agradecida; Estoy encantada por haber sido tu amiga,invisible. Besos.
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