A veces
tenemos encuentros muy agradables, en cambio otros, no lo son tanto. Paso a contarles algunas de mis experiencias
con los mismos.
De esto hace
más de treinta años. Sucedió en el
ambulatorio de Tomé Cano al que acudí a una consulta médica. Me hallaba sentada esperando a que me tocara
el turno y una persona gordita, canosa, muy sonriente, sin un diente y con el
resto de la dentadura bastante descuidada, se acercó a mi preguntándome si yo
era Mary Rancel. Le contesté
afirmativamente, después de lo cual me dio dos besos y un fuerte abrazo –de esos
que se dan con ganas y te dejan como comprimida– . Me
quedé a la expectativa de lo que fuera contar posteriormente y me sacara
de dudas pero, seguía mirándome sonriente sin decir nada. Entonces, le dije
-Perdona
pero ¿de qué me conoces
Ella seguía
con su risita, al tiempo que contestaba:
-¿No te
acuerdas de mí?-
Luego me dio
su nombre y demás datos. Fue entonces
cuando caí en cuenta de quién se trataba.
La encontré transformada. Ella es
dos años menor que yo pero estaba envejecida, el pelo casi blanco, rellenita y
desatendida. Por supuesto, me disculpé
por no haberla reconocido y le dije que se debía a que no era nada fisonomista,
lo cual es verdad.
Entonces
ella, me comenta:
-Estaba
dudando si eras tú o no, pero decidí preguntarte. Estás irreconocible. Con lo mona que eras de
joven y lo delgadita y hay que ver como te has puesto.
Yo,
estupefacta, le dije:
-Los años no
pasan en balde pero contigo se han portado muy bien.
Tras lo cual
se puede concluir que las dos pensamos lo mismo, solo que ella se atrevió a
decirlo, mientras que yo, lo arreglé como pude.
A esto lo llamo yo, un encontronazo.
Este otro
encuentro ocurrió hace pocos días en un supermercado. Un chico me aborda diciéndome ¡Hola Mary, ¿qué haces por aquí?. Le miro y le digo No recuerdo haberte conocido.
Era un muchacho de unos cuarenta años, alto y guapo. Me contesta trabajamos en el mismo centro hace más de veinte años, fue durante poco
tiempo porque te trasladaste a otro lugar.
A pesar de su explicación no le reconocí. Por ese entonces él debía tener unos dieciocho
años, según me contó. Me alegré de que
me recordara. Además añadió que yo,
apenas había cambiado. Lo dijo por
educación, ¡claro! pero, se lo agradecí.
A esto le llamo un agradable encuentro.
Con mayúsculas.
¡Vaya, vaya!: simpático encuentro, desafortunado encontronazo: cara y cruz con las que el azar juega con nosotros.
ResponderEliminarTienes razón,de todo hay en la viña del Señor. He vuelto a ver al chico del encuentro porque ahora trabaja cerca de mi domicilio. La del encontronazo, no he sabido de ella pero, si que he pensado sobre su persona después de haber escrito mi relato. Deseo se encuentre bien y tan optimista.
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