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En un pueblo
recóndito de pocos habitantes, había una cantina en la que se reunían los
hombres del lugar. En ella, una tarde, dos
jóvenes se enzarzaron en una violenta disputa por las lindes de sus fincas. Uno acusaba al otro de que le estaba robando
parte de su terreno, por haber desplazado los mojones de sus límites y que se
estaba, por lo tanto, quedando con una franja de su propiedad. Insistió en que, de no corregir su acción, le
mataría, por ladrón y mala persona. El
otro muchacho juraba y perjuraba que él no había cometido tal fechoría y se
marchó de la cantina insultando a su adversario.
Al día
siguiente, nadie vio al chaval que salió resentido de la fonda. Tampoco fue visto en días sucesivos, así que
su familia dio cuenta de lo sucedido a las autoridades. Éstas hicieron las indagaciones pertinentes
y, al enterarse de la discusión que había tenido lugar entre los jóvenes,
detuvieron al chico que tan furiosamente había amenazado de muerte al
desaparecido. Le interrogaron en el
cuartelillo y, por mucho que el chico les explicaba que sus amenazas no fueron
intencionadas, no le creyeron. Le
acusaron de haber dado muerte a su enemigo y después, ocultar su cadáver. Fue tanto lo que le torturaron que el chico
acabó confesando el crimen. Dijo que le
dio muerte y luego tiro el cuerpo al río.
Allí lo buscaron incansablemente pero, no apareció.
Pasado un
tiempo, se celebró el juicio. El joven
se declaró inocente, exponiendo que dijo lo contrario ante la guardia civil,
por lo brutalmente que fue martirizado.
A pesar de que el cuerpo no fue hallado, ni se encontraron pruebas
irrefutables del hecho, sólo por indicios, le condenaron a quince años de
prisión.
Años más
tarde, apareció un hombre en el pueblo que fue al Registro Civil solicitando su
partida de nacimiento. Al dar sus señas,
el funcionario se quedó boquiabierto.
Era el muchacho que años atrás habían dado por muerto. El funcionario le cuanta al hombre lo
ocurrido desde su desaparición ante lo que, el prójimo responde contándole que
salió del pueblo por aburrimiento y discrepancias familiares. Por ese motivo no dio explicaciones cuando se
marchó. Jamás pensó que su huida pudiera
causar perjuicio a alguien.
El chico que
fue inculpado, pasó nueve años en la cárcel.
Ahora, demostrada su inocencia, nadie se responsabiliza del error
cometido por la Ley. La justicia también
se equivoca y comete errores que difícilmente pueden enmendarse. Cuando esto acontece, decimos que se ha
cometido una injusticia. ¿Qué hacer?.
Muy bien narrada esta historia, Mary. Título y final nos plantea una pregunta de difícil respuesta. Ante las injusticias es complicado redimir los errores y sus consecuencias.
ResponderEliminarCREO QUE AHORA INDEMNIZAN AL PERJUDICADO, NO VALE DE MUCHO, PERO ALGO ES MÁS QUE NADA
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