Irene tenía
trece años cuando, un día, de camino al colegio, tropezó con algo en la
calle. Al mirar, se dio cuenta de que se
trataba de un collar para perros con una placa que llevaba el nombre de Toby. Al levantar la vista lo vió. Era un perro grande de pelo corto y suave
que, a pesar de ser precioso, tenía los ojos muy tristes. Al percatarse de la presencia de Irene, el
perro dio la vuelta y salió corriendo.
Ella fue tras él pues suponía que el collar era suyo pero, el perro
había desaparecido.
Cuando ya
casi se había olvidado del asunto, Irene se encontró con el perro por segunda
vez. Iba acompañada de unas amigas en
dirección a la biblioteca donde pensaban pasar la tarde estudiando. En esta ocasión, Toby se le quedó mirando con
aquellos ojos tristes pero, tal como ocurriera la primera vez, cuando ella fue
hacia él, llamándolo por su nombre, ¡Toby!, se asustó y se marchó. Por más que lo buscó, Irene no logró
encontrarlo; tal pareciera que se trataba de un perro fantasma.
Pasaron los
días y una tarde en la que Irene estaba ordenando su habitación, encontró el
collar del perro. ¡Cuánto le hubiera
gustado encontrarlo!. En ese momento,
algo la impulso a mirar por la ventana y… allí estaba: ¡Toby, Toby!, lo llamó y
esta vez se quedó quieto en el mismo lugar, mirándola, como esperando por
ella. Irene salió presurosa a su
encuentro y observó una alegría nueva en los ojos del perro. Le puso el collar, le acarició su pelo suave
y Toby respondió a esas caricias con una mirada llena de cariño; con ella
parecía estar dándole las gracias por ayudarle a romper el hechizo.
Al ponerle
el collar, Toby desapareció para siempre.
Irene se quedó triste y desconsolada, comprendiendo que efectivamente se
trataba de un perro fantasma.
Bonita historia, bien estructurada. Aplaudo tus notables progresos contando historias.
ResponderEliminarMe encanta tu historia, conmovedora, un poco triste pero muy emotiva. ¿Los fantasmas existen?
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