Soy
el duende de los calcetines y mi misión en la tierra es la de incordiar al
prójimo. A doña Engracia casi la vuelvo
loca pues le escondí un calcetín azul de su hijo. Por mucho que lo buscó, no lo encontró y optó
por unir el que quedaba a uno de color negro.
¡Cómo me reí cuando se los colocó en sus pies! ¡Ni se dio cuenta que era
de otro color y así se fue a trabajar!
Patricio
es un señor jubilado que vive solo y se cambia muy a menudo de calcetines, ya
saben ustedes, por eso del olor…
Cuando
hace la cola, que le toca los viernes, escondo uno de cada color, o sea, uno
verde, otro gris, otro marrón; los dejo sin pareja. Patricio revuelve y rebusca por toda la casa,
sin que pueda encontrarlos, claro está.
Por eso, al día siguiente se ve obligado a ir a un comercio a comprar
más calcetines.
No
me crean un malvado, sólo soy pillín, travieso y juguetón; soy eso: el duende de los calcetines.
Has sabido captar maravillosamente el tono que se esperaba para un relato como este. El lector no puede dejar de sentirse identificado con esos dos personajes luchando con las travesuras de ese duende, cuya visita invisible hemos recibidos todos en algún momento.
ResponderEliminarTu duende juguetón es muy pícaro y llena de impaciencia a los que le rodean. Precioso relato el tuyo, no se extraña, a eso nos tienes acostumbradas.
ResponderEliminarDivertido relato
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