Mirna entró en
aquella habitación vacía y un extraño escalofrío recorrió su delgado pero
esbelto cuerpo; todos sus recuerdos
se agolparon a la vez. Sobre todo, el intenso amor que había vivido
entre aquellas paredes, hoy desnudas y estropeadas por el paso del tiempo.
El de ella fue
un gran amor. Con dieciocho años, conoció a Alberto. Él, mayor y más
experimentado que ella, la supo llevar a su terreno con zalamerías y engaños,
ganando su corazón y, poco a poco, la
fue envolviendo en un mundo de fantasías y mentiras, donde ella se sentía la
protagonista y él su maravilloso galán. Todavía recuerda lo deprisa que cruzaban
el viejo puente para ver sus imágenes reflejadas en el pequeño lago y, a
continuación, entregarse a vivir su primer amor.
Así fue, hasta
que un día, tocaron en la puerta y aparecieron tres niños preguntando por su
padre junto a una desaliñada mujer que la contemplaba; Mirna ¡no daba crédito a
lo que veía!. Así terminó su
encantamiento.
Mirna salió de
la vieja casa echando un vistazo al mugriento bodegón que pendía de la pared,
único testigo de su gran historia de amor y, cerrando la puerta, desapareció
bajo la espesa niebla.
A partir de la imagen de un bodegón, has sabido construir un relato, otorgándole al cuadro una posición en la historia; la de testigo mudo de los hechos frente a él desarrollados. Buen trabajo, Elvira
ResponderEliminarSiempre hay un testigo en cada historia. Este como es mudo, no puede contar lo presenciado. Bonito relato.
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