Al ver, hoy,
el cuadro del bodegón colgado en la misma pared, con el recuerdo de lo que para
mí fue en el pasado, diría que no se trata de la misma pintura. En otro tiempo
solía contemplarlo con embeleso; me quedaba embobada durante muchos minutos,
tal vez horas, observando los frutos y objetos de que está compuesto, admirando
cada una de sus pinceladas y sus colores tan reales. Cada día lo miraba y me
parecía más bonito, más auténtico.
El bodegón
presidiendo la pared principal del salón-comedor de nuestro hogar, fue el mudo
testigo de todos los acontecimientos ocurridos en nuestra familia, lo más
felices y los menos agradables.
Cierto día,
sin poder concretar cual, llegó la desgana, la apatía, el desinterés por verlo
y la indiferencia al pasar a su lado. La rutina rompió el encanto que por él
tuve durante tantos años. ¿Qué ocurrió para que de pronto comenzara a
ignorarlo? Me gustaría saber los motivos pero, no he conseguido descubrirlos.
¿O quizás no he querido?
Cuando me casé
y cambié de vivienda -hace más de veinte años- sentí como una liberación al no
tener que ver cada día aquel cuadro.
Hoy he vuelto
al que fue mi antiguo domicilio para hacerme cargo del bodegón, al distinguirlo
en el lugar de siempre, he sentido un repelús misterioso. Lo miro y sigue sin
decirme nada, sólo veo naturalezas muertas.
Después de
mucho cavilar, he decidido renunciar a la herencia. No quiero ver más ese
cuadro. Durante muchos años fue el testigo silencioso de mi vida. No me
gustaría que el bodegón despertara de su letargo para evocarme historias
pasadas; las tengo profundamente soterradas sin el menor deseo de sacarlas a la
luz.
Me ha encantado este relato! Enigmático, emociona lo que cuenta y lo que calla, al dejar abierta la posibilidad de que el lector busque sus propias razones para no abrir la puerta a algunos territorios del pasado que, como naturalezas muertas, viven enmudecidos. Bravo. Excelente
ResponderEliminarTus comentarios siempre me dan aliento para seguir en la dirección que me vas indicando. Gracias.
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