El joven
puente del pequeño pueblo contempla con agrado el refrescante río que corre
bajo él. Se siente nostálgico; percibe que el verano agoniza, ya en
los últimos días del calendario.
Con sus
grandes ojos, observa las bellas flores que esparcen su perfume en el aire. Es
un placer intenso para su vanidad, ver las parejitas de los jóvenes, agarrados
de sus manos, paseando sus amores, pisando al unísono el pavimento bien
delineado, animando con sus pícaros besos las tardes calurosas.
Los niños no
volverán a jugar, pues han regresado a la escuela, tras acabarse el período
vacacional.
Sor Ángela
apura los últimos días que le han concedido en el convento, para poder visitar
a su anciano padre. Esta monja benedictina camina piadosamente las mañanitas
por este espléndido puente, de arriba abajo, y de abajo arriba, canturreando,
al mismo tiempo, alegres canciones.
¡Riguroso
verano!, te alejas dejando en la más completa soledad al pobrecito puente. Solo
y triste queda, esperando con ansiedad al próximo estío, para que alegre, con
la vuelta de los veraneantes, su monótona vida.
Narrador omnisciente que, desde la perspectiva del protagonista de este relato –un joven puente -, nos describe la vida que transcurre sobre él o al lado de él, como testigo mudo del existir de los otros. Muy bueno
ResponderEliminarTienes la facultad de saber describir cada rincón. Eres estupenda narrando todo lo que se te imponga o lo que se te ponga por delante. Me encanta tu forma de escribir.
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