Una semana,
preparando la excursión a la playa, ¡qué ilusionados estábamos!. Al fin, llegó el día tan esperado.
-Mami, no
hay sol
-Es temprano
–contesté.
Llegamos a
la playa. Hacía un viento tremendo y un
oleaje de bandera roja.
-¡Niños!, a
jugar –les dije un poco preocupada
-¡Mami, un
bocadillo!
¡Uf! Las
hormigas se me adelantaron. Casi al
mismo tiempo, oigo un llanto. Era Sergio
con las rodillas ensangrentadas.
-Me resbalé –me
explicó desconsolado.
Un poco más
tarde, escuché otro llanto. Esta vez era
Jorge; le había picado un agua viva.
-Mami, mejor
nos vamos –me dijo uno de los niños, con esa sabiduría natural que les
caracteriza.
Empezamos a
recoger y, camino a casa, nos pusimos a cantar, a contar chistes y a reírnos de
cualquier cosa, con una alegría tan contagiosa, que se nos olvidó todo lo
ocurrido.
Al final de
aquel día, saqué mi propia moraleja: cuando las cosas se tuercen y van mal…
siempre pienso que pudo ser peor. A fin
de cuentas ese día terminamos alegres y contentos, que es la mejor forma de
acabar y… ¡a mal tiempo, buena cara!.
Se había pedido un relato con moraleja y tú nos has regalado dos con esta historia dulce y cercana, rebosante de autenticidad. Muy bien.
ResponderEliminarEres una moraleja en ti misma, pues de ti he aprendido mucho y bueno.
ResponderEliminar