Evoco en mi memoria con mucho agrado, el primer
paraguas que compré con mis pequeños ahorros.
Lo adquirí en el comercio “El Globo”, en la calle El Castillo que, por
cierto ya no existe; hay otro en su lugar.
Mis ojos se fijaron en él. Me enamoré en cuanto lo vi. Era un paraguas fino y elegante. No dudé ni un solo instante. Me adueñé de él a toda prisa, antes de que
otras mujeres me lo arrebataran. Sus
colores rojo y negro, muy bien combinados, me impactaron. Resultaba ligero y lo abría y cerraba con
soltura.
Colgado del brazo, lo llevaba llena de orgullo, al
proporcionarme una buena compañía. Por eso nunca me arrepentí de haberlo
comprado.
Cuando empezaba a llover, lo abría, ¡que gozada!. Me
resguardaba de la lluvia con todo cariño.
No permitía que el agua calara mi cuerpo. Yo caminaba por las calles, presumiendo. Desde luego, admito que como aquel paraguas,
no existía otro.
Al regresar a casa, lo ponía a escurrir y, cuando se
secaba, lo metía en el paragüero, que era su lugar de descanso.
Sin saber cómo, ya no lo poseo. En mi haber cuento con otros pero, el
resultado no es igual. Los demás
paraguas no tienen aquella fantástica magia.
Bonita historia sobre la magia que, a veces, obra en nosotros la posesión de algún objeto especial. He disfrutado leyéndola.
ResponderEliminarUna bonita historia muy descriptiva, como todas las tuyas.
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