Era un niño que, de pequeño, tuvo mucho, mucho…
miedo a la lluvia. Cuando llovía se
negaba a salir a la calle. Lo insólito
era que el agua le encantaba. Le gustaba
bañarse en la ducha, el mar y la piscina.
Jugaba con agua siempre que tenía ocasión pero, la lluvia le causaba un
pavor espantoso. Seguramente porque, en
cierta ocasión, cuando aún no había cumplido los dos añitos, se encontraba solo
en su habitación, cuando comenzó a llover fuertemente, a la par que sonaban los
truenos y relucían los relámpagos, llenando la estancia de una luz cegadora y
un fuerte ruido. A partir de entonces,
el miedo se apoderó de su personita. Sus
papás estaban preocupados por aquella singularidad pues, el niño era alegre,
cariñoso, muy sociable y su única rareza era la aprensión a la lluvia.
Un día en que llovía torrencialmente, la mamá de
nuestro amigo tenía que salir fuera, sin pretexto alguno. Para que el niño la acompañase –no podía
quedarse solo en casa –le comentó que poseía un paraguas mágico que, cuando las
personas se guarecían debajo de él, la lluvia cesaba, aunque lloviese a su
alrededor. El niño accedió a
regañadientes pero, pudo comprobar al instante, el poder mágico del paraguas;
no se mojaba. Desde entonces, el niño
perdió el miedo a la lluvia y siempre que ésta aparece, saca su paraguas mágico
para no mojarse. Y colorín, colorado,
este cuento ha terminado.
Volvemos a comprobar, esa habilidad tuya para acercarte al mundo infantil y, de ese modo, crear historias que harían las delicias de cualquier niño que las leyera. Me gustó mucho.
ResponderEliminarSeguramente, aún me queda algo de espíritu infantil y, también porque adoro a los niños.
ResponderEliminar