Me llamo Enrique y soy profesor jubilado. Vivo en un edificio de seis plantas, dos
viviendas en cada piso. La mayoría de
mis vecinos, son mayores: una viuda, una solterona con un loro que habla más
que ella, un médico y también una joven estudiante que es la alegría de los
vecinos.
Cada uno de ellos tiene su propia historia. Mi vecina y amiga se llama María. Tiene cuarenta años. La conozco hace varios años, por eso soy su
confidente. Ella vive sola, acompañada
solamente de dos gatos que aúllan cuando su ama los deja solos. Cada vez que la encuentro a la salida del
piso o en el ascensor, nos saludamos y siempre veo tristes sus ojos. Ella intenta ocultar su dolor pero, yo sé que
no se olvida, lo tiene escondido en el sótano de su memoria. Por las noches, teme dormir porque sueña
siempre lo mismo.
Sus familiares piensan que está superado el trauma pero
están equivocados. Ese dolor no lo ha
superado. Está ahí y sobre todo cuando
se acerca el aniversario.
Me considero observador y me doy cuenta de lo mal que
lo está pasando. Después del accidente
de coche que tuvo y por el cual perdió al hijo que esperaba. Los médicos le han dicho que no podrá tener
más hijos. ¿Cómo poderlo superar?
A medida que avanza la narración, el lector sabe que va directo a un final trágico. Conduces muy bien en relato en esa dirección y uno entiende que algo terrible debe ser la causa de tanto dolor. El final no lo confirma.
ResponderEliminarLa desesperanza de María la aflige, no se da cuenta del daño que puede causar a otra personas. Siempre pasa lo mismo, nos encerramos en nuestro mundo sin querer ver el mas allá
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