Cada anochecer, María salía al balcón con una taza en
la mano. Se apoyaba en la barandilla y
suspiraba. Él la veía desde la ventana
del salón y se preguntaba por qué lo haría. Era una rutina diaria que raramente
variaba.
María era una mujer bella, con éxito en su trabajo y de
gran vida social y, aún así, en el alma llevaba una pena. Miraba al cielo durante largo rato, quién
sabe si pidiendo consejo a la luna o compañía a las estrellas, mientras sus
gatos –fieles testigos de su tristeza –le lamían las heridas del alma. Esas que jamás cicatrizan y, aunque el tiempo
pase, nunca sanan.
Relato de final abierto muy bien construido, Mima. Al lector le es fácil dibujar la escena en su mente y conectar con la pena de María, aunque no sepamos qué razones la motivan.
ResponderEliminar