¡Son tantas
las cosas que nos ofrece la vida y a las que no damos importancia!, y perdemos tiempo buscando
grandes casas, nuevos descubrimientos. Sin apreciar el simple aroma de una flor,
una mirada de complicidad, un gesto amable;
cualquier detalle que, en vez de la cabeza, te llene el alma y te deje satisfecha por dentro,
porque el caparazón ya te lo arreglarás por fuera.
Cosas tan
simples como recibir a la familia en una fría tarde de invierno acompañada de
una buena taza de chocolate y volver a recordar buenos momentos, porque los
malos desunen. Y seguro que si lo piensas un poco…., no fueron tan importantes
ni tan malos…, entonces ¿para qué recordarlos?. Imitemos a los niños que te rodean, que lo
resuelven todo con un simple gesto de cariño, y aprovechemos esos pequeños detalles que lo
cotidiano nos brinda, para ser un poquitín más felices.
La belleza de lo simple, el dulce encanto de las pequeñas cosas; no puedo estar más de acuerdo con lo que dices, Elvira
ResponderEliminarImitar a los niños cándidos e ingenuos sería lo más conveniente. ¿aprenderemos algunas vez?, esperemos que sí.
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