El muchacho
cumplirá dieciocho años dentro de unos días; está deseando que llegue ese
momento porque su padre le prometió un gran regalo. El chico espera un coche.
Los días pasan
y al fin llega la tan deseada mayoría de edad. Cuando Alejandro, que es su
nombre, se levanta va a la ventana para
ver el regalo que su padre le prometió. Se queda asombrado, en la calle ve el
coche de su padre y detrás de él un remolque con una lancha de motor: ¡ese era
el regalo! ¡una lancha!
-¡Papá, yo
quería un coche, todos mis amigos lo tienen! –le dice el joven- ¿Qué hago con un barco?
-¡Invita a tus
amigos y dan una vuelta por el muelle y
los alrededores, para que practiques! –le contesta el padre- ¡Es más divertido!
El
muchacho se anima e invita a dos amigos
para estrenar el barco. Su progenitor le recomienda que tenga cuidado, el mar
es traicionero. Los jóvenes están disfrutando y no se dan cuenta de que se alejan
demasiado. De pronto, se para el barco, no arrancaba el motor. Están
asustados, el tiempo pasa implacable, se hace de noche. Milagrosamente, suena
el móvil de Alejandro.
- Es mi padre,
estamos salvados!
Le cuenta lo
que está pasando
- ¡Tranquilízate,
ya voy a recogerlos! –le anima el padre-.
La espera se
hace eterna y el padre, al llegar, le
echa la bronca; le advierte que no le dejará
la lancha, hasta que sea más responsable.
Implacable lo es sin duda, en todas sus vertientes, incluyendo aquella en la que el tiempo da a la juventud esa mezcla de arrojo e insensatez que la caracteriza pero…¡quién no cometió alguna locura en la juventud!
ResponderEliminarDe jóvenes solemos ser insensatos pero, de todo se aprende, el tiempo pone las cosas en su sitio..
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