Hacía un año
que Elisa había terminado la carrera universitaria, pero no encontraba trabajo.
Por eso decidió salir afuera, a otro país, a Suiza, a ver si había suerte y
conseguía uno.
Cuando llegó,
quedó deslumbrada al ver esos maravillosos y enormes rascacielos. Alquiló un
piso en un edificio de veinte plantas, el de ella estaba en la número doce
- ¡Espero que
no falle el ascensor porque hay muchos escalones que bajar y subir!. –se decía.
El pisito era
pequeño y acogedor, con grandes ventanas desde donde se divisaba parte de la
ciudad.
Siempre le
había gustado una casa con mucha claridad; lo malo de las ventanas es que tenía
que ponerle cortinas porque si no lo
hacía, sería el centro de atención de los mirones de los edificios de enfrente,
y allí abundaban.
Puso unas
cortinas bonitas y alegres que no dejaban pasar la luz, pero no pasaba nada,
así tendría más intimidad, pondría una lámpara en un lado del sofá para leer y
ver la tele.
Al cabo de una
semana, la han llamado para una entrevista. Se ha puesto muy nerviosa, tiene
que prepararse; ella misma se arreglará el pelo y las manos que es donde más se
fijan, quiere estar impecable.
¡A ver si
tiene suerte y lo consigue! Confía en
sus estudios y buena preparación y un poquito en su físico, y también en la
vela que le ha puesto su madre a la Virgen de Candelaria.
Toda ayuda es poca, pero Elisa se ha preparado a conciencia y ha apelado a lo humano y a lo divino, ¡tendrá suerte!
ResponderEliminarLa juventud mejor preparada que hemos tenido emigra a otros países para trabajar. Es una pena pero, no queda otro remedio.
ResponderEliminarMuy bueno tu relato, seguro que con la ayuda extra de la vela, a la protagonista todo le saldrá bien.
ResponderEliminarEl relato es bonito, pero las cortinas mucho más.Dolores.
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